No creo que el diccionario de la Real Academia de la Lengua tenga una definición de la frase “dominicano ausente”, pero en la lengua del pueblo, muchas veces más afilada que un cuchillo de carne, y premiada con el ingenio, si existe la frase.
Se llama dominicano ausente o “dominicanyork” al dominicano que ha salido del país, en su gran mayoría, por asuntos económicos, y que viene a Nueva York para poder tener las 3 calientes, unos chelitos en el bolsillo y poder ayudar a su familia.
El “dominicanyork” es ese ser humilde y trabajador que se aloja generalmente en el Alto Manhattan a trabajar y a ahorrar para pagar cada año un pasaje carísimo por un servicio deficiente, y es el que regresa a su país cargado de amor y dólares con “cuchumil” maletas que contienen de todo: pasta de dientes, productos Avon, tennis Converse, Acondicionador Flex de Revlon, Shampú Vidal Sasson, cigarrillos Kent , café Bustelo, crema Pons, colonia Jean Nate, un teléfono en forma de gato, chancletitas chinas , spray de pelo, y hasta jabones Dove, para satisfacer en parte nuestro solapado complejo de Guacanagarix que nos dice que todo lo extranjero es mejor que lo nuestro.
En la maleta no se puede quedar el álbum de fotos: la foto sentado hablando por teléfono, otra con la televisión prendida, la foto con la nevera abierta enseñando la abundancia y las Budweisers; la foto frente a la estatua de la Libertad, otra sentado en el bonete de un convertible, y la clásica foto en el sofá de pana forrado de plástico.
La mujer casi siempre llega a República Dominicana vestida con algo que está al ultimo” guay” muchas pulseras, varios anillos, un guillo en el tobillo, zapatos sin talón, medias de nylon con brillantes a los lados , mucho colorete, sombra azul, y un tono de base mucho mas claro.
El peinado de la mujer es de rizos y bucles, que salió muy bonito del salón de la 137 y Broadway, pero que llegó desflecado después de sometido al calor del trópico y al ajetreo de la aduana. La mujer lleva en la mano un bolso grande, una muñeca que cierra y abre los ojos, un “shopping bag“con flores plásticas de una tienda de la calle 14, una cartera con chocolates Milky Way y un Mc Donald por la mitad, envuelto en una servilleta.
El hombre casi siempre lleva puesto traje, chaleco y corbata (aunque haga un calor terrible) y un sombrero de plumita. El hombre también lleva en la mano una funda de zona franca conteniendo las consabidas botellas de Remy Martin y medio galón de JB.
Ambos llevan muchísimas cadenas, algunas de éstas prestadas o alquiladas, y en su conversación, nunca falta el “¡Oh My God! “Por decir “¡Oh Dios mío! “, mezclado con las historias de su llegada aquí, su trabajo en la “ factoría” sus pleitos con el “foreman” su amistad con el “ super” para conseguir un “ baseman” en la 145 y Riverside. Historias que continúan con una bachata de “spanglish” que le dan un aspecto muy típico a nuestro querido personaje.
Las maletas también vienen llenas para Nueva York, conteniendo desde productos La Fier, miel de abeja de la Línea, Pochún, La Flecha, escobas, jalao, mentas verdes, “raspaduras”, canquiñas, queso Geo, orégano molido, y hasta queso blanco de freír para colmar nuestras añoranzas por el terruño que nos vio nacer.
Después de haber compartido abrazos con amigos, familiares y compadres, y haber disfrutado de varios sancochos de 7 carnes acompañados de guitarra o perico “ ripiao”, el dominicano ausente regresa a Nueva York a trabajar con la ilusión de volver a su tierra para las próximas “ Christmas”.
Aunque el dominicano ausente ha sido un elemento muy importante para la economía del país por el envió de los sabrosos dólares, el término siempre lo he escuchado usado con tintes de desprecio, por el criollo que quedaba en el país en una clase media que aún nadaba en privilegios. Entonces al dominicano ausente hasta se le despreciaba en centros, donde no se le dejaba entrar por llevar zapatos de tennis y cadenas.
Como la vida da muchas vueltas, la situación económica de nuestro país ha sufrido bastante, producto de las innumerables promesas incumplidas de políticos astutos. La calidad de vida y los servicios se han deteriorado, y la clase media se ha visto estrangulada, hasta el punto que los ciudadanos temen perder su vida por llevar un celular, y ya no puede bailar en el Centro de Recreo; aunque algunos siguen viviendo con esa concepción equivocada, y sus fantasmas mentales bailan todavía en esos salones; y ellos, guillotinados, cual Maria Antonieta por la situación económica, creen que todavía están en el palacio de Versalles.
Ahora sigue la emigración de dominicanos para varios países; continúa la fuga de cerebros de todos aquellos profesionales que ya no van sólo en busca de un “coat” para retratarse en la nieve frente a un carro ajeno, sino que buscan libertad, supervivencia y desarrollo intelectual en otro lugar del planeta que no sea ese país en el mundo situado en el mismo trayecto del la corrupción, y oriundo de la ignorancia y los privilegios para unos pocos.
Ahora muchos quieren coger una lancha, un tubo o una balsa y remar con sus sueños con ansías de una vida mejor; y ya lejos de la falta de agua, luz, servicios sociales, seguridad, empleos, respeto, y libertad, lejos de las apariencias, las cuñas, el amiguismo y el tráfico de influencias, proclamarse ellos mismos como dominicanos ausentes. cesaromans@aol.com
César Román Sassone es profesor de Baruch College, en la Ciudad de Nueva York, y autor de Vivir a Plenitud, El Camino Hacia Ti Mismo, Padres e Hijos, El Arte de Vivir y El Pasajero del Tren 7.