Ya está, ya lo hicimos, sobrevivimos a otro año. Ya nos pusimos al borde de una apoplejía con la comida ¿Por qué hay que comer tanto para despedir el año viejo? Como si ya no estuviésemos lo suficientemente hartos de todo (s) como para encima atiborrarnos de calorías, grasas saturadas, radicales libres y todo lo que los nutricionistas y gente delgada dicen que hace daño. Bueno, pero con la regla de hartarse también está la de meditar; pensar bien de los demás; no murmurar; quemarnos explotando fuegos artificiales para que no se les ocurra a los niños explotarlos ellos y vayan a quemarse; dejar las armas en casa para que no te las quiten los Amets porque a Papá Frankyn no le gusta que el pueblo ande a deshora de la noche, bebiendo y armados en las calles tan peligrosas del Gran Santo Domingo y zonas aledañas; aaaah, también hay que hacer su listica con las resoluciones !TARAMMMMM!!!!!! de nuevo año. Ahí es que somos grandes. Da gusto ver aquellas listas, ni las del supermercado son tan chéveres, tan ordenadas, tan económicas, tan bien pensadas, tan lindas; hay quienes hasta las adornan con florecitas y pendejadas de manganzones, pero nadie se queda sin su lista. Pensándolo bien, hasta sería buen negocio vender listas de resoluciones para nuevos años. Tendrían que ser productos de un gran acabado y muy buena presentación como una megadiva después de treinta intervenciones de un excelente cirujano. Tiene que haber un chin de todo: Resoluciones para conservar las amistades lejanas y cercanas, sobre todo las que te reportan beneficios, resoluciones para conseguir caerles bien a los-que-son-alguien-en-tu-medio, resoluciones para no tirarle una piedra en la cabeza al idiota que te quiere restregar en la cara que le está yendo mejor que tú en la vida, porque mañana puede que tú seas el que le restriegues tu confort a él, sobre todo si sigues las resoluciones para salir de la olla perenne que te acompaña, lo que te lleva a las resoluciones para cortar con los amigos fracasados y eternamente tristes, amargados, deprimidos y en olla que fueron contigo a la UASD en los años 90 y se niegan a abandonarla, resoluciones para que te den una visa sin tener que alterar ningún documento y sudar a mares ante un cónsul, resoluciones para no escupir a los políticos porque esa saliva la puedes usar constructivamente para darle una pela-de-lengua a la que te quiere quitar el novio que te lograste levantar con las resoluciones que eran para conseguir el marido perfecto pero que fue lo único que apareció porque no todas las resoluciones funcionan ciento por ciento. No todo el mundo logra la figura que tenía a los veinte años cuando tomabas anabolex para engordar porque tu abuela y tu madre te decían que parecías una raquítica. Y aunque las resoluciones no lleguen a funcionar, al menos sirven para recordarnos que hemos logrado sobrevivir a un año más del siglo y sin tener que cumplir todas las resoluciones de nuevo año.