26 Julio 2009, 10:07 PM
Escrito por: HAMLET HERMANN
Es admirable el trabajo que hacen las arañas para tejer su tela. Logran con enorme gasto de energía la creación de una estructura que compite con la mejor de las obras de ingeniería humanas. Las fabrican con una seda pegajosa, fruto de las proteínas básicas de su vientre, formando hilos más resistentes que el mejor de los aceros. Su formidable tela las protege de los depredadores al tiempo que crea las oportunidades de asegurar alimento periódicamente con la captura de insectos que no atinan a ver más allá de sus narices.
Ahora que el volumen de la ostentosa corrupción entre los funcionarios del gobierno ensordece por la gravedad de las evidencias, aquellos que se han atrevido a opinar al respecto se comportan como el insecto atrapado en la telaraña: se dicen, se contradicen y cada vez que cambian de opinión tratando de corregir las metidas de pata quedan más atrapados en su propia mentira. Mientras más explican tratando de justificar la corrupción propia y de sus pares, más se comprometen.
De esa situación de insecto atrapado en la pegajosa telaraña no se salva siquiera el Presidente de la República. En el encuentro sostenido la pasada semana con los directores de medios de comunicación, Leonel quiso tapar el sol con un dedo. O lo que es lo mismo, trató de presentar la corrupción objetiva como meros retruécanos semánticos. Acabó incriminándose, por omisión o por comisión, al avalar a los funcionarios evidenciados en su malversación por las prestantes comunicadoras Nuria Piera y Alicia Ortega.
Viene como piedra al canto una frase expresada por otra maravillosa mujer, la doctora Aura Celeste Fernández, cuando respondió los pronunciamientos histéricos de algunos de sus colegas magistrados de la Junta Central Electoral: “¿Quién en su sano juicio puede ofenderse o rebelarse o desatar campañas mediáticas porque se le pida que informe o rinda cuentas ante el órgano de la ley?” Parafraseando a la magistrada podríamos decirle al presidente Leonel Fernández: ¿Quién en su sano juicio puede ofenderse porque se defiendan los bienes públicos? ¿Cómo puede el Presidente convertirse en garante de quienes él bien sabe que no han tenido empresas para acumular fortunas que exceden por mucho los ingresos que, nominalmente, han recibido de parte del Estado?
¿Quién en su sano juicio pudiera aceptar como válido que una obra se presupueste por una suma y los gastos al final de la obra sean varias veces mayores? ¿Será incapacidad o corrupción? ¿Cómo es posible aceptar que cuando en febrero de 2005 se proponía la construcción del tren subterráneo apodado Metro el responsable de la obra dijera que sólo costaría 327 millones de dólares, que la tarifa sería de cinco pesos y no habría que subsidiarlo? En marzo de 2009 el mismo funcionario reconoce haber gastado más del doble de lo que prometió originalmente, la tarifa es de veinte pesos y el subsidio mensual es de 100 millones de pesos. Estimados de otras fuentes colocan el gasto en mil quinientos millones de dólares. ¿Es eso incapacidad técnica o corrupción premeditada, con asechanza y alevosía?
Otro asunto que pone los pelos de punta es el del INDRHI, donde a un contrato de unas decenas de millones de pesos al momento de solicitar la aprobación se le haya colocado posteriormente, para ejecución, una adenda por diez veces esa cantidad.
¿Por qué no se orienta el Presidente hacia la inversión de la carga de la prueba? ¿Podrían los funcionarios denunciados por corrupción explicar la obtención de sus riquezas que exhiben a diario sin rubor? ¿Cuál ha sido la velocidad de creación de sus fortunas y sus Fundaciones “sin fines de lucro”? ¿Podrían mostrar sus reportes anuales de impuestos pagados al fisco durante el último decenio que permitan correlacionarlos con sus enormes riquezas?
El Presidente mediático está apostando por la amnesia popular quizás sin darse cuenta de que se está convirtiendo en cómplice de los despilfarradores compañeros. Más debía preocuparse por la negativa de los organismos internacionales de financiamiento a concederle préstamos para salir de su atolladero dada la evidente falta de transparencia en el manejo de los fondos públicos. Y no enrumbarse hacia la desesperación total, una mala consejera.